La participación de la dirección
cenetista en reconstruir el Estado burgués quedó clara desde el momento que
aceptaron mantener la Generalitat y permitir la presencia de partidos burgueses
en el Comité Central de las milicias. El 26 de septiembre la CNT entra a formar
parte del Gobierno de la Generalitat, donde dominan los burgueses de Esquerra.
El 4 de noviembre, siguiendo la misma línea, la CNT se integra en el nuevo
Gobierno central, presidido por Largo Caballero, con cuatro ministros, dos de
ellos (García Oliver y Montseny) faístas, y, por tanto, antiguos enemigos del
poder, del Estado y de la política. Los otros dos son Peiró y Juan López, ex
treintistas. Los dirigentes cenetistas participan de la desarticulación
sistemática del control obrero de las industrias, del Ejército de milicias, de
las tierras colectivizadas. Abad de Santillán lo justificó así: "La CNT ha
sido siempre, por principio y por convicción, antiestatista y enemiga de toda
forma de gobierno (...), pero las circunstancias (...) han cambiado la
naturaleza del Gobierno y del Estado españoles (...). El Gobierno ha dejado de
ser una fuerza de opresión contra la clase obrera, tal como el Estado ya no es
el organismo que divide a la sociedad en clases. Ambos cesarán todavía más de
oprimir al pueblo con la intervención de la CNT en sus órganos"(15).El
viejo tópico de que la dirección anarquista defendía que la única forma de
ganar la guerra era hacer la revolución, en oposición al lema
estalinista-burgués de "primero, ganar la guerra; después, la
revolución", es completamente falso. Así de claro lo expresó el
anarcoministro Peiró: "Decimos: primero la guerra y luego la revolución.
Es el Gobierno el que manda". El 26 de noviembre UGT y CNT llegaron a un
pacto por el que los dos sindicatos se comprometían a respetarse y a que sus
militantes no se agredieran; aunque la reunión que dio lugar al pacto era para
"determinar conjuntamente el criterio que les merecen los diversos problemas
que la clase obrera tiene planteados", al final no hubo ningún análisis,
ni llamamiento, ni consigna. El último párrafo del pacto decía: "Que nadie
olvide que en estas horas presentes sólo la unión del proletariado puede
conducirnos a la victoria. Las representaciones de la UGT y de la CNT darán en
plazo brevísimo su opinión sobre las cuestiones de más palpitante actualidad, y
mientras ese instante llega, exigen de los organismos que representan
disciplina en el cumplimiento del deber, acatamiento a las normas que señala el
Gobierno legal de la República, única forma de obtener la victoria"(16).La
reacción al colaboracionismo de los dirigentes tuvo varias expresiones. Una fue
la búsqueda del tradicional apoliticismo, postura que, más que nunca, era
completamente utópica, en momentos de lucha constante entre dos poderes
antagónicos. Sin embargo, un sector importante de la CNT, de la FAI (por
ejemplo, en la FAI madrileña) y, sobre todo, de las Juventudes Libertarias, se
orientaba hacia una solución política, revolucionaria, hacia la superación del
capitalismo y la extensión y desarrollo del poder obrero. Un ejemplo de esta
posición era la defendida por Camillo Berneri, una importante figura anarquista
italiana. He aquí lo que escribe este revolucionario en abril del 37, como
augurando la traición de los dirigentes en las Jornadas de Mayo (de las que
ahora hablaremos), en una Carta abierta a la compañera Federica Montseny:
"Es hora de darse cuenta de si los anarquistas estamos en el Gobierno para
hacer de vestales a un fuego, casi extinguido, o bien si están para servir de
gorro frigio a politicastros que flirtean con el enemigo, o con las fuerzas de
la restauración de la república de todas las clases. (...) El dilema guerra o
revolución no tiene ya sentido. El único dilema es éste: o la victoria sobre
Franco gracias a la guerra revolucionaria, o la derrota"."El problema
para ti, y para los otros compañeros, es el de escoger entre el Versalles de
Thiers o el París de la Comuna"(17). Berneri fue asesinado, como tantos
otros revolucionarios, tras las Jornadas de Mayo.La oposición a la dirección se
impuso en el seno de las Juventudes Libertarias (sobre todo las de Madrid y
Catalunya), que junto a las juventudes del POUM y, las Juventudes Socialistas
Unificadas en algunos sitios (Asturias y Valencia), formaron la Federación de
Juventudes Revolucionarias, a principios del 37, cuyo objetivo era la
"revolución social".
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