El 18 de julio la clase obrera, no obedeciendo ninguna consigna, sino impulsada por la amenaza del levantamiento fascista, frena con sus propios medios el golpe de Estado, mientras el Gobierno republicano, a través de la radio, llama a la calma e intenta llegar a acuerdos con los sublevados. A partir de este momento se abre un período de doble poder. El Estado burgués, inmediatamente después de la jornada del 18 de julio, no era más que una formalidad, una ficción, pero una ficción que, en la medida que estaba apoyada por todas las direcciones obreras, incluida la anarquista, iría recuperando poco a poco parcelas de realidad, hasta reconquistar el poder y aplastar violentamente a las masas revolucionarias. La clase trabajadora tenía el poder, y esto era más realidad en Cataluña que en ninguna otra parte. En Barcelona la burguesía y pequeña burguesía agrupadas en torno a Esquerra, tan valientes en sus declaraciones de defensa de las libertades nacionales, demostraron una vez más que temían más al movimiento obrero que a los fascistas. Fueron, fundamentalmente los obreros anarquistas, los que del 18 al 21 de julio pararon a las tropas contrarrevolucionarias. Pese a que la Generalitat les negó armas ("no nos dieron los mil fusiles, por el contrario, nos quitaron una parte de aquellos de que se habían apoderado nuestros hombres"(12)), los cenetistas se armaron con lo que encontraron (armas de caza, dinamita) en la tarde y noche del 18, y en la mañana del 19 sitiaron y vencieron a los sublevados en la plaza de Cataluña. En los cuarteles que no se habían sumado todavía al levantamiento fascista, esperando el momento adecuado, los soldados se amotinaban. En el castillo de Montjuict fueron los soldados los que, después de fusilar a sus oficiales, distribuyeron las armas entre los obreros. El 21 de julio éstos habían acabado con toda resistencia y se encontraron con toda Barcelona en sus manos. Algo similar ocurría en la mayoría de las otras localidades catalanas. Esa misma mañana, Companys, presidente de la Generalitat, y el mismo que se había destacado como represor de los anarquistas, tuvo que llamar a los dirigentes cenetistas."Fuimos a la sede del Gobierno catalán", nos cuenta Abad de Santillán, "con las armas en la mano (...). Algunos de los miembros de la Generalitat temblaban, lívidos (...). El palacio de la Generalitat fue invadido por la escolta de los combatientes". Lo que les dijo Companys es el mejor análisis que se puede hacer sobre la correlación de fuerzas en esos momentos: "Siempre habéis sido perseguidos duramente, y yo, con mucho dolor, pero forzado por las realidades políticas (...), me he visto forzado a enfrentarme y perseguiros. Hoy sois los dueños de la ciudad y de Cataluña, porque sólo vosotros habéis vencido a los militares fascistas (...). Habéis vencido y todo está en vuestro poder. Si no me necesitáis o no me queréis como presidente de Cataluña, decídmelo ahora". ¿Y cuál fue la decisión de los dirigentes cenetistas? Veámosla en las palabras de Abad de Santillán: "Pudimos quedarnos solos, imponer nuestra voluntad absoluta, declarar caduca la Generalitat y colocar en su lugar al verdadero poder del pueblo, pero no creíamos en la dictadura cuando se ejercía contra nosotros, y no la deseábamos cuando podíamos ejercerla nosotros mismos a expensas de otros. La Generalitat habría de quedar en su lugar con el presidente Companys a la cabeza".¡En esta entrevista se resume todo el drama de la guerra civil española! Las masas, sin orientación política, sin consignas revolucionarias emanadas de sus dirigentes, se adueñan de la sociedad, y cuando la burguesía, en la voz de Companys, reconoce temblorosa su derrota, la dirección del sindicato más combativo, más revolucionario, se aparta con desdén del poder, diciendo "no creemos en la dictadura, no creemos en el Estado, no creemos en el poder del pueblo".En el momento decisivo de la lucha de clases, en el que se debe imponer una u otra clase, el principio anarquista de "ningún Estado; ni un Estado de la clase dominante, ni un Estado de la clase dominada", se rompe en pedazos. Si no aceptas que sea el proletariado el que gobierne la sociedad, la única alternativa es que siga siendo la burguesía la que lo haga. Cuando los anarquistas de izquierda criticaban, años más tarde, a los dirigentes faístas, por no haber sido fieles a los principios anarquistas, entrando a formar parte del Gobierno republicano burgués y de la Generalitat burguesa, los trotskistas les respondían: ningún anarquista puede mantener sus principios en esa situación. O sucumbes a la presión de la burguesía y luchas por recomponer su poder, o apuntalas y generalizas el poder obrero y eliminas los residuos burgueses, construyendo así un nuevo Estado. No hay alternativa. La mayoría de dirigentes, faístas y ex treintistas, se agarró a la burguesía en decadencia, volviendo la espalda a la revolución. Los Amigos de Durruti , el propio Durruti, sectores de la FAI y de las Juventudes Libertarias, y, sobre todo, las masas anarquistas en general, lucharon inconscientemente por imponer definitivamente el poder obrero. Ninguna de las dos partes fue más anarquista que otra, pero éstos últimos sí merecen el nombre de revolucionarios.Al día siguiente de las jornadas revolucionarias, los dirigentes libertarios tuvieron vivas discusiones: ¿se lanzarían o no a tomar el poder? En el Comité Regional de la CNT fue la tesis defendida por García Oliver la que se impuso, rechazando, por el momento, el "comunismo libertario que significa la dictadura anarquista".Si por Abad de Santillán y compañía fuera, hubieran devuelto a la Generalitat todo el poder, como antes del 18 de julio. Pero no era tan fácil; aunque ellos eran los dirigentes de todos esos trabajadores con las armas en la mano, y como tal eran respetados y admirados, no tenían más remedio que ejercer, aunque fuera de mala gana y parcialmente, el poder que ponían en sus manos las masas. Así que ese mismo día, y en ese mismo palacio de la Generalitat, se constituyó el Comité Central de las Milicias Antifascistas de Cataluña. Si bien los dirigentes anarquistas permitieron la presencia en este comité de organizaciones burguesas (la Esquerra y Acció) el Comité Central de las Milicias tenía una autoridad enorme, no por efecto de ninguna disposición legal, sino porque era la representación, aunque fuera indirecta, de las masas obreras armadas. Dentro de sus funciones, estaban, según Abad de Santillán, "establecimiento del orden revolucionario en la retaguardia, organización de fuerzas (...) para la guerra, formación de oficiales (...), avituallamiento y vestuario, organización económica, acción legislativa y judicial, (...), de la propaganda, de las relaciones con el Gobierno de Madrid, (...) de las relaciones con Marruecos, del cultivo de las tierras disponibles, de la sanidad".Barrio a barrio, pueblo a pueblo, y fábrica a fábrica, los comités se multiplicaron por toda Catalunya, expresando mil veces mejor que el Comité Central los deseos de trabajadores y campesinos y la fuerza real de cada organización. Un proceso muy parecido se dio en la mayor parte del territorio republicano, a uno u otro nivel: en Málaga, en Asturias, en Valencia, en el Aragón liberado por las milicias catalanas, en La Mancha, en Cantabria...En Madrid, la CNT tenía sus patrullas de orden, sus prisiones y sus milicias, y propuso a la UGT constituir una Junta Nacional de Defensa. Si los dirigentes de la UGT, del ala izquierda del socialismo, hubiesen aceptado, habrían llevado la situación de doble poder mucho más lejos, y la burguesía habría tenido muchas más dificultades para recuperar el control a través del Gobierno republicano. Los comités de fábrica, las colectividades agrícolas, los comités de milicias, etc., etc., controlaban la mayor parte de la economía y la sociedad. El Estado burgués se veía reducido a un Gobierno formal, a instituciones existentes sólo en el papel y a una autoridad real muy limitada; prácticamente, sólo en Madrid la burguesía, o mejor dicho, los políticos pequeñoburgueses y los dirigentes obreros con el programa de la burguesía, tenía un control importante de la situación, e incluso allí llegó a perderlo en un determinado período. ¿Cómo fue posible, entonces, que en una situación tan favorable a la clase obrera, la República burguesa pudiera ir reconquistando poco a poco el poder, hasta imponerse definitivamente y aplastar con las armas los organismos de poder obrero? La responsabilidad es exclusivamente de las direcciones obreras, que no supieron estar a la altura de su clase. La responsabilidad de los dirigentes anarquistas que en sus manos tenían la organización más importante de los trabajadores y porque su autoridad, junto a la de los socialistas de izquierda, eran decisivos para inclinar la balanza del poder a uno u otro lado, fue evidente.Si García Oliver, Federica Montseny, Abad de Santillán, hubieran dotado de orientación política a las masas revolucionarias, basándose en sus instintos y en las conclusiones que estaban sacando rápidamente de su experiencia, otro gallo hubiera cantado. Habrían generalizado los comités, los habrían coordinado a nivel local con comités locales de delegados de los diferentes comités de base, habrían impulsado que los comités regionales existentes (Consejo de Defensa de Aragón, Comité Centralde las Milicias en Catalunya, Comité Ejecutivo Popular de Valencia, etc.) tuviesen delegados elegidos por abajo y no por cada organización (incluso las burguesas), y, en especial, habrían creado un comité obrero central para centralizar y coordinar el naciente poder obrero. Habrían, también, disuelto los órganos residuales de poder burgués (empezando por la Generalitat y el Gobierno central), impotentes para ofrecer una resistencia seria. Una vez centralizado el poder y suprimidos el Estado burgués y la propiedad privada de los medios de producción, los trabajadores tendrían ganado el 50% de la guerra contra el fascismo. Con el ejemplo vivo de una nueva sociedad, es decir, con la eliminación del latifundismo (deseo secular de los campesinos) y del acaparamiento de productos, con el control obrero de precios, salarios y condiciones laborales, con la extirpación revolucionaria de la quinta columna, y con la retirada incondicional de Marruecos, entre otras cosas, y las milicias antifascistas, organizadas como ejército obrero, hubiera sido posible vencer a los fascistas, minando sus bases de apoyo e incluso sus propias tropas. En cambio, la eliminación progresiva de los comités, la reconstitución del odiado Estado burgués, la reaparición de la explotación en las empresas, de la humillación en el campo, de la jerarquía y la disciplina a los viejos mandos en el Ejército, y la represión de los obreros y milicianos que luchaban por la Revolución, eran, y así se demostró, el mejor camino para desmoralizar a la clase obrera y garantizar la victoria fascista.
El 18 de julio la clase obrera, no obedeciendo ninguna consigna, sino impulsada por la amenaza del levantamiento fascista, frena con sus propios medios el golpe de Estado, mientras el Gobierno republicano, a través de la radio, llama a la calma e intenta llegar a acuerdos con los sublevados. A partir de este momento se abre un período de doble poder. El Estado burgués, inmediatamente después de la jornada del 18 de julio, no era más que una formalidad, una ficción, pero una ficción que, en la medida que estaba apoyada por todas las direcciones obreras, incluida la anarquista, iría recuperando poco a poco parcelas de realidad, hasta reconquistar el poder y aplastar violentamente a las masas revolucionarias. La clase trabajadora tenía el poder, y esto era más realidad en Cataluña que en ninguna otra parte. En Barcelona la burguesía y pequeña burguesía agrupadas en torno a Esquerra, tan valientes en sus declaraciones de defensa de las libertades nacionales, demostraron una vez más que temían más al movimiento obrero que a los fascistas. Fueron, fundamentalmente los obreros anarquistas, los que del 18 al 21 de julio pararon a las tropas contrarrevolucionarias. Pese a que la Generalitat les negó armas ("no nos dieron los mil fusiles, por el contrario, nos quitaron una parte de aquellos de que se habían apoderado nuestros hombres"(12)), los cenetistas se armaron con lo que encontraron (armas de caza, dinamita) en la tarde y noche del 18, y en la mañana del 19 sitiaron y vencieron a los sublevados en la plaza de Cataluña. En los cuarteles que no se habían sumado todavía al levantamiento fascista, esperando el momento adecuado, los soldados se amotinaban. En el castillo de Montjuict fueron los soldados los que, después de fusilar a sus oficiales, distribuyeron las armas entre los obreros. El 21 de julio éstos habían acabado con toda resistencia y se encontraron con toda Barcelona en sus manos. Algo similar ocurría en la mayoría de las otras localidades catalanas. Esa misma mañana, Companys, presidente de la Generalitat, y el mismo que se había destacado como represor de los anarquistas, tuvo que llamar a los dirigentes cenetistas."Fuimos a la sede del Gobierno catalán", nos cuenta Abad de Santillán, "con las armas en la mano (...). Algunos de los miembros de la Generalitat temblaban, lívidos (...). El palacio de la Generalitat fue invadido por la escolta de los combatientes". Lo que les dijo Companys es el mejor análisis que se puede hacer sobre la correlación de fuerzas en esos momentos: "Siempre habéis sido perseguidos duramente, y yo, con mucho dolor, pero forzado por las realidades políticas (...), me he visto forzado a enfrentarme y perseguiros. Hoy sois los dueños de la ciudad y de Cataluña, porque sólo vosotros habéis vencido a los militares fascistas (...). Habéis vencido y todo está en vuestro poder. Si no me necesitáis o no me queréis como presidente de Cataluña, decídmelo ahora". ¿Y cuál fue la decisión de los dirigentes cenetistas? Veámosla en las palabras de Abad de Santillán: "Pudimos quedarnos solos, imponer nuestra voluntad absoluta, declarar caduca la Generalitat y colocar en su lugar al verdadero poder del pueblo, pero no creíamos en la dictadura cuando se ejercía contra nosotros, y no la deseábamos cuando podíamos ejercerla nosotros mismos a expensas de otros. La Generalitat habría de quedar en su lugar con el presidente Companys a la cabeza".¡En esta entrevista se resume todo el drama de la guerra civil española! Las masas, sin orientación política, sin consignas revolucionarias emanadas de sus dirigentes, se adueñan de la sociedad, y cuando la burguesía, en la voz de Companys, reconoce temblorosa su derrota, la dirección del sindicato más combativo, más revolucionario, se aparta con desdén del poder, diciendo "no creemos en la dictadura, no creemos en el Estado, no creemos en el poder del pueblo".En el momento decisivo de la lucha de clases, en el que se debe imponer una u otra clase, el principio anarquista de "ningún Estado; ni un Estado de la clase dominante, ni un Estado de la clase dominada", se rompe en pedazos. Si no aceptas que sea el proletariado el que gobierne la sociedad, la única alternativa es que siga siendo la burguesía la que lo haga. Cuando los anarquistas de izquierda criticaban, años más tarde, a los dirigentes faístas, por no haber sido fieles a los principios anarquistas, entrando a formar parte del Gobierno republicano burgués y de la Generalitat burguesa, los trotskistas les respondían: ningún anarquista puede mantener sus principios en esa situación. O sucumbes a la presión de la burguesía y luchas por recomponer su poder, o apuntalas y generalizas el poder obrero y eliminas los residuos burgueses, construyendo así un nuevo Estado. No hay alternativa. La mayoría de dirigentes, faístas y ex treintistas, se agarró a la burguesía en decadencia, volviendo la espalda a la revolución. Los Amigos de Durruti , el propio Durruti, sectores de la FAI y de las Juventudes Libertarias, y, sobre todo, las masas anarquistas en general, lucharon inconscientemente por imponer definitivamente el poder obrero. Ninguna de las dos partes fue más anarquista que otra, pero éstos últimos sí merecen el nombre de revolucionarios.Al día siguiente de las jornadas revolucionarias, los dirigentes libertarios tuvieron vivas discusiones: ¿se lanzarían o no a tomar el poder? En el Comité Regional de la CNT fue la tesis defendida por García Oliver la que se impuso, rechazando, por el momento, el "comunismo libertario que significa la dictadura anarquista".Si por Abad de Santillán y compañía fuera, hubieran devuelto a la Generalitat todo el poder, como antes del 18 de julio. Pero no era tan fácil; aunque ellos eran los dirigentes de todos esos trabajadores con las armas en la mano, y como tal eran respetados y admirados, no tenían más remedio que ejercer, aunque fuera de mala gana y parcialmente, el poder que ponían en sus manos las masas. Así que ese mismo día, y en ese mismo palacio de la Generalitat, se constituyó el Comité Central de las Milicias Antifascistas de Cataluña. Si bien los dirigentes anarquistas permitieron la presencia en este comité de organizaciones burguesas (la Esquerra y Acció) el Comité Central de las Milicias tenía una autoridad enorme, no por efecto de ninguna disposición legal, sino porque era la representación, aunque fuera indirecta, de las masas obreras armadas. Dentro de sus funciones, estaban, según Abad de Santillán, "establecimiento del orden revolucionario en la retaguardia, organización de fuerzas (...) para la guerra, formación de oficiales (...), avituallamiento y vestuario, organización económica, acción legislativa y judicial, (...), de la propaganda, de las relaciones con el Gobierno de Madrid, (...) de las relaciones con Marruecos, del cultivo de las tierras disponibles, de la sanidad".Barrio a barrio, pueblo a pueblo, y fábrica a fábrica, los comités se multiplicaron por toda Catalunya, expresando mil veces mejor que el Comité Central los deseos de trabajadores y campesinos y la fuerza real de cada organización. Un proceso muy parecido se dio en la mayor parte del territorio republicano, a uno u otro nivel: en Málaga, en Asturias, en Valencia, en el Aragón liberado por las milicias catalanas, en La Mancha, en Cantabria...En Madrid, la CNT tenía sus patrullas de orden, sus prisiones y sus milicias, y propuso a la UGT constituir una Junta Nacional de Defensa. Si los dirigentes de la UGT, del ala izquierda del socialismo, hubiesen aceptado, habrían llevado la situación de doble poder mucho más lejos, y la burguesía habría tenido muchas más dificultades para recuperar el control a través del Gobierno republicano. Los comités de fábrica, las colectividades agrícolas, los comités de milicias, etc., etc., controlaban la mayor parte de la economía y la sociedad. El Estado burgués se veía reducido a un Gobierno formal, a instituciones existentes sólo en el papel y a una autoridad real muy limitada; prácticamente, sólo en Madrid la burguesía, o mejor dicho, los políticos pequeñoburgueses y los dirigentes obreros con el programa de la burguesía, tenía un control importante de la situación, e incluso allí llegó a perderlo en un determinado período. ¿Cómo fue posible, entonces, que en una situación tan favorable a la clase obrera, la República burguesa pudiera ir reconquistando poco a poco el poder, hasta imponerse definitivamente y aplastar con las armas los organismos de poder obrero? La responsabilidad es exclusivamente de las direcciones obreras, que no supieron estar a la altura de su clase. La responsabilidad de los dirigentes anarquistas que en sus manos tenían la organización más importante de los trabajadores y porque su autoridad, junto a la de los socialistas de izquierda, eran decisivos para inclinar la balanza del poder a uno u otro lado, fue evidente.Si García Oliver, Federica Montseny, Abad de Santillán, hubieran dotado de orientación política a las masas revolucionarias, basándose en sus instintos y en las conclusiones que estaban sacando rápidamente de su experiencia, otro gallo hubiera cantado. Habrían generalizado los comités, los habrían coordinado a nivel local con comités locales de delegados de los diferentes comités de base, habrían impulsado que los comités regionales existentes (Consejo de Defensa de Aragón, Comité Centralde las Milicias en Catalunya, Comité Ejecutivo Popular de Valencia, etc.) tuviesen delegados elegidos por abajo y no por cada organización (incluso las burguesas), y, en especial, habrían creado un comité obrero central para centralizar y coordinar el naciente poder obrero. Habrían, también, disuelto los órganos residuales de poder burgués (empezando por la Generalitat y el Gobierno central), impotentes para ofrecer una resistencia seria. Una vez centralizado el poder y suprimidos el Estado burgués y la propiedad privada de los medios de producción, los trabajadores tendrían ganado el 50% de la guerra contra el fascismo. Con el ejemplo vivo de una nueva sociedad, es decir, con la eliminación del latifundismo (deseo secular de los campesinos) y del acaparamiento de productos, con el control obrero de precios, salarios y condiciones laborales, con la extirpación revolucionaria de la quinta columna, y con la retirada incondicional de Marruecos, entre otras cosas, y las milicias antifascistas, organizadas como ejército obrero, hubiera sido posible vencer a los fascistas, minando sus bases de apoyo e incluso sus propias tropas. En cambio, la eliminación progresiva de los comités, la reconstitución del odiado Estado burgués, la reaparición de la explotación en las empresas, de la humillación en el campo, de la jerarquía y la disciplina a los viejos mandos en el Ejército, y la represión de los obreros y milicianos que luchaban por la Revolución, eran, y así se demostró, el mejor camino para desmoralizar a la clase obrera y garantizar la victoria fascista.
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